Centrados frecuentemente en la autocrítica del sector neofascista español olvidamos a menudo dirigir nuestra mirada hacia fuera, hacerlo de vez en cuando es más que recomendable, por ejemplo al área de la extrema izquierda.
Parece en buena lógica que el republicanismo es la idea fuerza con más potencial con la que cuentan los militantes de la izquierda más radical. Nunca ha tenido la idea republicana unas circunstancias tan favorables, el descontento de la base social de la izquierda por la crisis económica, junto con el desprestigio del rey, cuya figura está rodeada e implicada por escándalos de corrupción que han dejado en mínimos una popularidad que cuando existió fue más obra de los medios de comunicación que de una opinión generalizada de la población, todo ello parece garantizar la posibilidad de que la República se alce como bandera de un cambio político.
Pero desde la visión de la extrema izquierda “República” significa reeditar ahora en el siglo XXI aquella segunda república de los años treinta del siglo XX, o para ser más preciso el frentepopulismo de la ultima época republicana y de los gobiernos de la guerra. Lo primero que llama la atención es este empeño en planteamientos políticos tan antiguos, de un radicalismo anacrónico difícilmente asimilable por la sociedad actual, querer revivir el tiempo de la Pasionaria y Durruti implica como precondición un alto grado de perturbación psíquica. Por eso para la inmensa mayoría le resulta incomprensible y ajeno, no entienden y prefieren no entender nada de ese republicanismo y no me refiero si quiera a la totalidad de la población sino a las bases sociales de la izquierda; para el votante de izquierdas medio el republicanismo ni le emociona, ni le interesa, ni le incumbe. Como impostura de la extrema izquierda el republicanismo ha adquirido naturaleza folclórica. Por eso es poco más que un acompañamiento de banderas en las movilizaciones en la calle: la fascinación sentimental e inculta de un folclore minoritario.
La cuestión es porqué la extrema izquierda ha renunciado hacer de la idea de una república moderna y posible el leitmotiv de un cambio político al que se sumaría una parte muy importante del electorado de izquierdas, la mayoría probablemente. La respuesta de esta cuestión revela la verdadera naturaleza de la extrema izquierda en España. Y es que no se trata de una alternativa política con un programa neocomunista o neomarxista capaz de aprovechar una situación de crisis del sistema como por ejemplo ha ocurrido en Grecia o en Francia. El sector de la extrema izquierda en España está tutelado por el separatismo desde desde finales de los 80 y ha hecho de la desaparición de España como estado nacional, el núcleo duro de su ideología y su aspiración fundamental. Queda claro entonces porque ni ellos mismos pueden tomarse en serio “La III República”, para ello deberían de creer antes en la unidad de la nación y en la unidad del pueblo español, que ellos detestan a cambio de un proyecto de división y fragmentación del Estado, que es el que han asumido a través de sus mentores del separatismo aberchale y del separatismo catalanista.
En este sentido cobra toda su significación la financiación de la plataforma anti-deshaucios de Ada Colau por CIU y el tripartito, o que la coalición de grupos de extrema izquierda Alternativa Internacionalista que se presentó con cierto éxito en la elecciones europeas del 2009 estuviera promovida y financiada por ETA. Todavía más revelador si cabe es como la extrema izquierda ha dejado morir el movimiento del 15-M, que por su características de reivindicación común en todo el territorio español era contraproducente para la estrategia del separatismo, que no admite que las mismas reivindicaciones que habían surgido en Madrid se extendieran a Barcelona o Bilbao.
También desde esta perspectiva resulta esclarecedora la trayectoria de Izquierda Unida, que no ha dejado de ser el suburbio político en una regiones del PSOE y en otras del partido separatista de izquierdas local. Desde Julio Anguita carece incluso de un líder y de un discurso nacional. Llamazares y Cayo Lara han cumplido a la perfección su papel de figuras anodinas y prescindibles.
La extrema izquierda en España no existe como tal, es un pelele del separatismo que se lleva a pasear a las manifestaciones un bandera republicana. La III República es su anécdota folclórica. Por ese lado de la extrema izquierda, el sistema puede estar tranquilo incluso en medio de esta crisis… y los servicios de información y policiales satisfechos de su labor. Porque en todo esto hay una variable oculta que es la actuación también dentro de la extrema izquierda, como ha ocurrido en nuestro sector, de agentes infiltrados.
Que raro todo lo que sucede en España, casi es el único país de Europa en que no existe contestación al sistema, ni por la extrema izquierda ni desde una alternativa neofascista y esto cuando el sistema está sumido en una crisis política, social y económica sin precedentes y cuando desde dos regiones, Cataluña y Vascongadas se anuncia la excisión inminente . Sorprendente, pero cierto.
Pues solo se me ocurre una respuesta a lo último que planteas:
El sustrato antropológico español y actual ,es de lo más borrego y degradado de occidente.
Si eso me temo, no se si la clave sólo es antropológica o también genética. Aqui viene al caso el escrito de José Antonio «Germanos contra bereberes».