La tarea que Adolfo Suárez comenzó en 1976 la ha rematado treinta años después Zapatero. En apenas dos generaciones han demolido la nación española. Los otros presidentes del gobierno han resultado meros interregnos, podríamos concederles que con ellos la nave del estado no naufragó pero mantuvieron el rumbo de una singladura descabellada. Suárez gozó de la ocasión única de gestar un sistema político nuevo desde una posición en que le habían otorgado poderes excepcionales y con estado sólido y una prosperidad económica consolidada, todo ello heredado de Franco.
Suárez pactó con la peor izquierda posible, un PSOE reinventado por la internacional socialista poblado de arribistas y demagogos de medio pelo. Desmontó todos los medios de comunicación franquista, los periódicos y radios que venían del movimiento igual que él. Los que no cerró se los regaló a Polanco, que inmediatamente los puso al servicio del partido socialista. La UCD de Suárez depuró a todos los periodistas franquistas, falangistas o simplemente de derechas y dejo la única televisión que había entonces TVE en manos del sector izquierdista que habitaba los pasillos de Prado del Rey. Para conocer las causas que han llevado a la superioridad de la izquierda en los medios de comunicación es imprescindible revisar la actuación de aquellos gobiernos de la extinta UCD.
Adolfo Suárez que había hecho toda su a carrera en el sector falangista del franquismo, que había llegado a ministro secretario general del movimiento, abrazó el plan de partido comunista de la ruptura de la nación española y sus sustitución por un conjunto de nacionalidades integradas en un nuevo estado plurinacional. Los congresos del PCE en el exilio VII (1965) y VIII (1972) establecieron este programa: Euskadi, Catalunya, Galicia y Andalucía debían de ser las nuevas naciones emergentes y por supuesto socialistas. El resto de las regiones podrían o ser absorbidas por las cuatro principales o constituir algo así como una quinta nacionalidad ibérica. Con algunos matices menores se trata del estado de las autonomías. Suárez pensó que el partido vertebrador sería la Unión de Centro Democrático que el inventó y lideraba y no el viejo PCE de la Pasionaria y de Carrillo. El tiempo ha demostrado que ni uno ni otro, la UCD desapareció tras las elecciones de 1982 y los comunistas tuvieron que disfrazarse bajo las siglas de Izquierda Unida y sobreviven peor que mejor como una formación política secundaria. Ha sido el PSOE el autentico partido hegemónico de este régimen.
Suárez era un individuo sin cultura, sin talento, superficial y vano, poseído por un ambición patológica. Hay un vaticinio que hizo de sí mismo que revela la naturaleza del personaje. Para convencer a su futuro suegro de lo ventajosa que iba ser la boda con su hija le anunció que “antes de los treinta seré gobernador civil, antes de los cuarenta ministro y antes de cumplir cincuenta llegaré a presidente del gobierno”. Por desgracia todo se cumplió hasta el final.
Zapatero y Suárez, se parecen, se parecen mucho, hay hasta una semejanza física. Dos estereotipos de necios y torpes, intelectualmente ínfimos pero dotados de una indiscutible capacidad para el mal y de reservas inagotables de ambición y vanidad. Dos grandes traidores a España, el uno ha completado la obra del otro. Y los dos recuerdan a Godoy, aunque el ministro extremeño de Carlos IV era casi un patriota en comparación con ellos.
Suárez y con él toda la generación de políticos ”azules” de la transición renegaron de la Falange, hicieron como si Franco nunca hubiera existido y nunca hubiera tenido que ver con ellos, se encargaron de enterrar el recuerdo todavía vivo de José Antonio e hicieron desaparecer aquella camisa azul a la que debían todo cuanto eran. Desde hace años Suárez sufre una extraña enfermedad. No se trata de Alzheimer, ni de demencia senil, los médicos no son capaces de diagnosticarla. El que fuera presidente del gobierno durante la transición no se conoce ni a si mismo ni a nadie, carece de conciencia de su propio yo. Deambula desde hace años por la vida sin identidad personal, como un pelele.
Zapatero durante estos años en el poder ha puesto el colofón a la obra de destrucción de España de Suárez, en este sentido su empeño en cerrar el Valle de los Caídos y de sacar los restos de Franco tiene un significado relevante. Zapatero y Suárez, grandísimos infames y grandísimos traidores han querido aventar primero la memoria y ahora las cenizas del Caudillo. El uno ahora ha perdido la razón y es un pobre loco, el fin del otro no será mucho mejor.
Lo más triste y sórdido de todo esto es que desde la «intelligentsia» del régimen, existe la consigna políticamente correcta de presentar a Suárez como un gran estadista. Es algo vomitivo pero que ha calado entre la cada vez más analfabeta opinión pública española.
Por cierto, hablando de traidores nefastos, no se puede olvidar el refrán «No hay dos sin tres» y es imposible no acordarse de Juan Carlos de Borbón.
Un saludo, Manolo. Y, como siempre, felicidades por tu artículo.